Lectores y escritores

En este apartado el protagonista es el lector y sus creaciones, EL LECTOR ESCRITOR, en su sentido más amplio; es decir, no sólo el lector de mis libros sino todo aquel que quiera enriquecer este rincón literario con sus textos. Envíalos a la dirección:

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La luz en la niebla. Pedro Márquez. Gran Canaria.



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El Secreto Andrei S. Magalo 4ºB Las Palmas de GC

El secreto

Esa misma noche, después de besar a la chica de mis sueños, nos encontrábamos acostados viendo las estrellas. Ella me estaba mirando mientras yo le acariciaba el pelo, mi corazón latía con tanta fuerza cada vez que me dirigía esa mirada tan bonita que tiene. Pasaron algunas horas y ella acabó por dormirse y yo, sigilosamente, me incorporé y salí del coche. De pronto, una dulce sensación me recorría el cuerpo, era mi YO niño que había vuelto a mi interior. En ese instante tuve unas tremendas ganas de volver a explorar aquella playa, tan misteriosa y solitaria, de pequeño solía ir cuando me sentía solo. Esa playa no era una playa cualquiera, nadie antes que yo había descubierto esa playa. En esa playa habían cuevas naturales que se convertían en verdaderos laberintos. Armado con valentía, decidí coger mi linterna y explorar esas cavernas. Conseguí llegar a la entrada y ya me había ilusionado nada más que saber que lo iba a hacer, iba a explorar esas cuevas como cuando era niño. Seguí una ruta aleatoria, giraba a la derecha, a la izquierda, no importaba ya que el espíritu de niño me poseyó. Al rato todo era una densa oscuridad que la linterna apenas podía atravesar. Enseguida oí unos ruidos de lo más extraños, eran murciélagos. Al principio me asusté mucho ya que hacía mucho tiempo que no iba a esas cuevas. Con el paso del tiempo me fui dando cuenta que nunca había explorado esa parte de las cuevas, alrededor se podían apreciar unos garabatos de todo tipo de formas y tamaños, parecían haber sido grabados por los antepasados de estas tierras. Me sobrecogí, había…bueno más bien el niño que llevo dentro había encontrado un yacimiento guanche. Ése era el secreto que escondía aquella solitaria playa. Sin decir ninguna palabra, volví a dar vueltas por un camino o por otro, me había perdido pero sabía que podía salir de ahí. En cuanto supe cuál era la salida, volví hacia el coche y me acosté en uno de los asientos, ella seguía durmiendo. Cerré lentamente mis ojos, todo era perfecto, nuestro pequeño paraíso escondía un secreto del que nadie, a excepción de yo y ella sabíamos.

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