Lectores y escritores

En este apartado el protagonista es el lector y sus creaciones, EL LECTOR ESCRITOR, en su sentido más amplio; es decir, no sólo el lector de mis libros sino todo aquel que quiera enriquecer este rincón literario con sus textos. Envíalos a la dirección:

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En el "asunto" de tu correo escribe el título de tu composición, tu nombre y, si lo deseas, tu lugar de residencia. Ejemplo:





La luz en la niebla. Pedro Márquez. Gran Canaria.



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La mirada del pintor

















Un cuadro refleja la mirada que un pintor tiene sobre una realidad determinada. ¿Qué te sugiere? ¿Tienes una historia que contar?

Lo vi en el metro. Yoana Castellano.


Una noche de invierno, paseando por el centro de Londres en una noche lluviosa, llena de desasosiego. La luz de las farolas centelleaba y mientras observo el ir y venir de los viandantes, me arropo; el frio cala hasta los huesos, a pocos metros la estufa calienta los cuerpos de varias personas que hablan en coro. A cada paso, el frio se me antoja hielo, y los brazos se me van adormeciendo ante la inmensidad de la gran avenida, que parece no tener fin.
Tras un interminable camino, en el horizonte, un desenfocado cartel luminoso, me acerca a mi objetivo. Ya en las escaleras del metro londinense, una ola de calor me invade, la calefacción, a 17 grados me empieza a calentar todo el cuerpo. Algo recuperada, comencé a bajar las escaleras. Cuando ya me disponía a pisar suelo firme, me percaté de que una sombra interminable y voluminosa, recorría las escaleras tras mis espaldas. Miré en un instante hacia atrás, algo asustada, pero no había nada. Pensé que había sido una alucinación y continúe caminando, algo apresurada, hacia mi destino. Entonces volví a tener la misma sensación, esta vez mucho más cerca, algo me rosaba la nuca, un aire denso y caliente, algo así como el aliento de alguien. Petrificada, trate de encontrar en el horizonte algo reflectante que me diera una respuesta, en forma de reflejo, pero no encontré nada. Decidí dar un paso, me aleje, continúe caminando, pero no desapareció, se me volvió a acercar. Cada vez más aterrada me parecía oír voces lejanas, de mujeres que gritaban en la inmensidad. Estaba sola en aquella estación, estaba sola en aquella noche, no había nadie. El metro que debería haber pasado no parecía llegar. Me creí sola en el mundo en ese momento.
Todo parecía encrudecerse. Lo que antes era una gran sombra, y más tarde un soplo de aire, ahora se transformaba en fuertes y sonoras respiraciones. Una bestia, pensé. No - tranquilízate, no hay nada-. En ese mismo instante me invadió un escalofrío por todo el cuerpo, unas figuras humanas, de algo más de metro y medio empezaban a aparecer desde el fondo, unas voces; unas voces infantiles amenizaban la terrorífica situación, se oían lejanas, perdidas en la oscuridad. Miré a mi alrededor, las paredes se tornaron sucias y oscuras, las luces que iluminaban la estación, intermitentes, emitían un sonido eléctrico apabullante. Las figuras se acercaban más y más, y la sombra seguía allí, esta vez parecía agitarse. Los oídos me pitaban, ya no podía ver con claridad, mire hacia atrás, pero una voz que me llamaba impidió que viera aquello, me volví hacia delante. Una figura inmaculada, levitaba ante mis ojos atónitos. Me llamaba, agitaba su brazo hacia arriba y hacia abajo, decía mi nombre. Dude, me acerqué. No cavia duda, era ella. Era aquella joven que un mes atrás, atropellé y que cada noche me visitaba en sueños. Era ella, su cara parecía cansada y sucia, un halo de luz la iluminaba. Su mensaje me llego como una idea que de repente aparece en la mente. Debía morir, y de la manera mas cruenta que pudiera imaginar. Aquellos seres, muertos que no han logrado el cielo, seres dispuestos a llevarse un alma al infierno en el que debía estar. ¡Perdóname!¡Perdóname!, grité hasta agotar mi aliento. Mi voz se perdía, se agotaba. Ya no emitía sonido alguno.
Cerré los ojos, había gente, la luz iluminaba la nítida y blanca estación, los carteles informativos me llamaban. El metro ya ha llegado.


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Lo vi en el metro. Juan Manuel Medina

Era una tarde de invierno. El frío era tan gélido que respirar se me hacía dificultoso. Aunque estaba bien abrigado, con unos guantes, bufanda y chaquetón de plumas, era insoportable estar más de diez minutos a la intemperie. Por ello decidí regresar a casa y no ir ese día a la biblioteca municipal como solía hacer todos los días al salir del instituto.

Al entrar en la estación de metro lo vi, estaba sentado en el suelo, con la cabeza baja y sus manos abrazándose a la altura de los pies de los transeúntes, en señal de ayúdenme con lo que puedan.

Nadie se percataba de él, todo el mundo caminaba rápidamente a coger su vagón.

Me sorprendió, como podía estar aguantando el insoportable frío con la ropa que llevaba; una camiseta, un pantalón vaquero y una americana. Sus manos estaban rojas y cuarteadas, y sus labios morados.

Me acerqué y le pregunté que si quería un bocadillo, y me contestó que lo que yo quisiera. Así que me dirigí al piscolabis y le compre un bocadillo de jamón serrano y un vaso de leche bien caliente. Cuando regresé para dárselo, sus ojos me miraban con una gratitud difícil de describir, pero fácil de ablandar el corazón de cualquier persona.

Se tomó la leche tan rápido sin darse cuenta de que se podía quemar, pero el bocadillo si que lo saboreó, lentamente, como si fuese lo único que iba a comer durante no se sabe cuantas horas o días.

De repente,empezaron a caerles lágrimas pos sus mejillas, y de su débil voz salió una expresión de gratitud en un idioma que yo no pude entender, pero que traducido a cualquier idioma, en el que la mirada hablase, significaría "muchísimas gracias".

Ese día comprendí cuantas personas llamadas "sin techos", pasan sus vidas en soledad a expensas de que nosotros los que vivimos mejor les ofrezcamos algo.

A partir de ese momento, reflexionando sobre como poder ayudar a los que menos tienen, colaboro con una asociación que ayuda a las personas que viven en la calle para darles asistencia médica, social y psicológica.

Si todos los días aprendiéramos a ser mas humanos y mas bondadosos, creceremos mas como personas.

No debemos discriminar al otro por su raza, religión o condición social ya que en última instancia todos somos humanos.



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