Lectores y escritores

En este apartado el protagonista es el lector y sus creaciones, EL LECTOR ESCRITOR, en su sentido más amplio; es decir, no sólo el lector de mis libros sino todo aquel que quiera enriquecer este rincón literario con sus textos. Envíalos a la dirección:

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En el "asunto" de tu correo escribe el título de tu composición, tu nombre y, si lo deseas, tu lugar de residencia. Ejemplo:





La luz en la niebla. Pedro Márquez. Gran Canaria.



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¡Y RECUERDA! Cuida la ortografía y los signos de puntuación.



¡BIENVENIDOS!

Relato Angelina Jolie, Leonardo Di Caprio. Un collar, una copa de vino y una rosa. Samuel Ojeda Ojeda y Marina Abreu Cabrera. Gran Canaria.

Era una fría tarde de otoño y Penélope paseaba tranquila y con paso pausado por aquel jardín lúgubre. El gélido aire hacía bailar a su cabello negro azabache, tan negro como la noche misma. Su cuello lucía desnudo, a excepción de aquel bonito collar de perlas que resaltaba el color de sus ojos insondables.

Miró hacia el frente y observó una figura renacer de entre la espesa niebla. Aquella sombra se le antojaba conocida, y mientras se fue acercando pudo confirmas sus sospechas. Aquel rostro de galán sólo podía pertenecer a uno. Aquellos rasgos masculinos y aquellas manos fuertes la dejaron fascinada. Era él, Leonardo Di Caprio.

A medida que se acercaba, los latidos del frágil corazón de Penélope iban a más y eran mas fuertes. Éste latía con gran estruendo, tal era así que los búhos y otras aves escondidas entre la espesura de la vegetación del jardín pudieron oír y notar el incesable rugir de un corazón ya cautivado por la profunda mirada de aquel hombre.

A pesar de haber quedado Penélope exhausta por la pronta belleza de aquel varón, ella empezó a sentirse agobiada. Leonardo la miraba demasiado y además, lo hacía con deseo. No obstante, no era una de esas miradas que suelen acabar con una larga noche de por medio. Era una mirada intimidatoria, asesina. Leonardo escrutaba su anatomía, analizaba cada curva, cada arruga producida por el imparable paso del tiempo. La miró a los ojos y analizó también su interior, turbio como las aguas de un río caudaloso.

Penélope, asustada, echó a correr jardín a través. No siguió senderos para despistar a su cazador, pero esto resultó en vano. De pronto, sintió cómo una mano fría rodeaba su brazo. La otra mano agarró su cintura y sintió una fuerte opresión. Ella dejó escapar un leve gemido de dolor, y Leonardo soltó su mano, respirando ella algo más aliviada.

De repente, sintió un frío metal contra su sien. Penélope, presa del pánico, consiguió escapar de entre sus brazos, pero tan mala era su suerte que tropezó con una piedra y cayó en un rosal de bellas rosas blancas, quedando sus espinas clavadas en su piel desnuda.

Un disparo sucedió a su caída. Un ruido ensordecedor resonó en el silencio del jardín y la sangre de Penélope tiñó de rojo aquellas rosas, poniendo final a aquel acto de venganza.

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