Un resultado inesperado
Era una soleada mañana de primavera. Pablo Picasso colocaba, estratégicamente, el mobiliario para ambientar su nueva obra: un viejo, pero elegante, sillón y una mesita con un jarrón repleto de rosas, que él mismo se había preocupado de cortar, y que inundaban la estancia con su aroma. Solamente faltaba el elemento protagonista de su creación: Kate Middleton.
Llegó con puntualidad inglesa, ataviada con los colores que el artista le había sugerido. Esperando el trato acostumbrado, se encontró con la sencillez y cercanía del pintor.
Él le indicó que se acomodara en el sillón para comenzar el trabajo. Todos los días se producía la misma rutina: Kate llegaba, se sentaba y Picasso hacia uso de paletas, pinceles e inspiración. De vez en cuando, se colaban por alguno de los ventanales mariposas, atraídas por el dulce aroma de las rosas.
Pasaron dos semanas y Picasso seguía guardando con recelo la pintura. Sin embargo, Kate, curiosa por conocer el resultado, exigió al artista echarle una ojeada al cuadro. Cuando ella lo vio, asombrada y perpleja, pidió explicaciones al autor y, en ese mismo instante, llamó con su teléfono móvil a sus abogados para cancelar el contrato; pues Pablo Picasso había retratado a la joven pero con una pequeña diferencia: su rostro era una mariposa.
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