Lectores y escritores

En este apartado el protagonista es el lector y sus creaciones, EL LECTOR ESCRITOR, en su sentido más amplio; es decir, no sólo el lector de mis libros sino todo aquel que quiera enriquecer este rincón literario con sus textos. Envíalos a la dirección:

miguelangelguelmi.escribe.narramos14@blogger.com



En el "asunto" de tu correo escribe el título de tu composición, tu nombre y, si lo deseas, tu lugar de residencia. Ejemplo:





La luz en la niebla. Pedro Márquez. Gran Canaria.



Por último, escribe o pega el texto en el cuerpo del mensaje.



¡Y RECUERDA! Cuida la ortografía y los signos de puntuación.



¡BIENVENIDOS!

El chino Constantino. Yasmina Ortega Bolaños.

  Andaba el chino Constantino como cada mañana dando un paseo por el cielo subido en su fiel y anciano Charly, un descapotable rojo que soltaba ya sus últimas bocanadas de humo.  Como cada día, rodaban alrededor de las nubes, saludaban a don Lorenzo, el sol, atravesaban el viento en los días en los que más fuerte soplaba y esquivaban las gotas de agua en los días lluviosos. A menudo mientras paseaba, el chino Constantino solía engullir un gran tubo de sus gominolas preferidas: los locositos. Los locositos eran de colores; eran rojos, verdes, amarillos y azules, pero no eran unas gominolas cualquiera, y es que estas gominolas estaban locas de atar. Pero ese día, cuando Charly trazó la curva para esquivar a la nube Niebla, todos los Locositos se derramaron y desde entonces, algo extraño ocurrió en el cielo. Los locositos se convirtieron en largas tiras de colores y, una junto a otra, formaron un gran semicírculo que cubrió el cielo y atravesaba al viento, a las nubes e incluso al sol.  Por su parte Paula, una linda niña que lucía un precioso vestido azul y  a la que le encantaba pintar en el balcón de su casa, lo había visto todo y no lo podía creer. Miró al lienzo y cuál fue su sorpresa al ver que, casi sin darse cuenta, de un modo inconsciente, había dibujado con su pincel aquello tan bonito que había presenciado. Paula no tenía ni idea de qué podía ser esa maravilla, pero lo que sí tenía claro es que aquello era lo más bonito que había visto en su vida. De repente, se le vinieron dos palabras a la cabeza: arco, iris. Paula no sabía qué podían significar, pero en ese mismo instante decidió que así llamaría a su semicírculo de colores: arcoíris. Desde ese día, Paula se sienta cada tarde a pintar en su balcón, con su precioso vestido azul, esperando que al despistado de Constantino se le vuelvan a derramar esas locas gominolas y volver a contemplar su maravilloso arcoíris.

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