El citopeco
La tienda, la llevaba un anciano, Leah le echaba unos setenta u ochenta años. Este era menudo, con unas pequeñas gafas y una barba blancuzca perfectamente cuidada, a Leah le resultaba extraño, porque, hacía ya tres años que frecuentaba por esa tienda, y todavía no sabía cual era el nombre de aquel tranquilo y callado anciano. Pero ese era el menor de sus problemas. Ella sabía que siempre, cada día, traían algo nuevo a la tienda, pero últimamente, nada llama lo suficientemente su atención, ni un libro, colgante, figura, reliquia,...
Pasadas unas pocas semanas, Leah entró en la tienda, a la hora de siempre y se encontró al anciano, sentado en un taburete. Leah estaba absorta en sus pensamientos, hasta que por fin, pudo ver que el anciano le señalaba una pequeña caja negra aterciopelada con remaches dorados. Leah no lo pensó más y fue a por ella, tenía algo especial.
Abrió con cuidado la pequeña caja, se encontró con algo que para nada esperaba. Creía que se trataba de alguna piedra preciosa, algo brillante, algo que le hiciera sentir esa magia, pero, lamentablemente, lo único que encontró fue un trocito de acero, que presentaba una extraña forma, atado a un pequeño cordel de cuero negro, y con este un pequeño papel envejecido que decía "El citopeco, a primera vista, puede parecer simple, de mal gusto, que no tiene valor alguno, pero nunca se ha de subestimar su poder. El buen uso de este, puede manifestarse en pequeñas cosas, pequeñas cosas que otorgan la felicidad, pequeñas cosas que pueden hacer valorar todo aquello que tenemos y que no aprovechamos, pero siempre con cabeza."
Al terminar de leer esto, Leah, guardo el pequeño papel y el colgante dentro de la caja y la cerró con cuidado. Aquel colgante, que a primera vista le había parecido la cosa más horrenda del mundo, ahora le atraía de manera muy especial, y como siempre, la curiosidad mató al gato. Leah compró el colgante, con la esperanza de poder comprobar sus efectos.
Pasaron varios meses, hasta que Leah volvió a la tienda. Quería hablar personalmente con el anciano, ya que el colgante no había servido de nada, había sido engañada. Al entrar en la tienda, y sin tiempo para reaccionar, el anciano le preguntó "Vienes por el citopeco, ¿verdad?", Leah, reaccionó y sin pensarlo dos veces, le contestó sulfurada "Sí, no sirvió de nada, pensaba que tenía algo especial, algo mágico que traía la felicidad, pero veo que me he vuelto a dejar engañar..", se lamentó. El anciano, esbozó una pequeña sonrisa, que la desconcertó por competo, y le dijo "En estos últimos meses, ¿ha cambiado algo en tu vida? por muy insignificante que sea", Leah, pensativa, acabó contestándole "La verdad..ya no discuto tanto con mi familia, ya no tengo tantos problemas como antes, he mejorado en los estudios...", el anciano sonrió y Leah, pudo comprobar que era verdad, había funcionado, prácticamente, todo había cambiado en los últimos meses, "El buen uso de este, puede manifestarse en pequeñas cosas, pequeñas cosas que otorgan la felicidad, pequeñas cosas que pueden hacer valorar todo aquello que tenemos y que no aprovechamos" recordó. Abrazó efusivamente al anciano, y se marchó corriendo. Había aprendido algo, a no desconfiar, a valorar todo lo que tenía, había aprendido a ser feliz.
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