Era un sábado como otro cualquiera, Marta se acababa de levantar e iba a bajar a desayunar. Allí estaba en la cocina, preparando su leche con galletas como todos los días. Marta tenía a su abuelo enfermo, hacía dos semanas que estaba ingresado, tenía cáncer. Estaba esperando la llamada de su madre para que le dijera cómo seguía su abuelito. La niña para hacer tiempo hizo todas las tareas de casa. Cuando terminó se sentó en la sala, en el sillón pequeño que quedaba justo delante del teléfono. Seguía sin llamarla nadie, ya se estaba preocupando mucho, así que decidió llamar ella. Marcó el número de su madre, estaba apagado. También llamó a su padre pero no le respondía. Estaba desesperada, no sabía que hacer, sabía que algo iba mal.
Marta se puso a ver la tele en el salón. Al cabo de una hora, a la niña le entraron ganas de ir al baño. Cuando se dirigía hacia la puerta empezó a sonar el teléfono, así que se echó a correr hacia él. Era su madre, estaba llorando. Marta ya sabía lo que le iba a decir su madre, pero se estuvo callada. Así fue, le dio la mala noticia de que su abuelo había fallecido. Marta colgó y se encerró en su habitación a llorar. Fue el peor sábado de su vida, se había ido su abuelo y ni tan siquiera se había despedido de él.
La niña se sentía vacía en ese momento, su abuelito había sido como un padre para ella. No se podía hacer a la idea de que no estuviera allí contándole aquellas historietas que tanto la hacían reír. Se había ido, ya no hay marcha atrás, a partir de ahora solo le quedan los buenos recuerdos que nunca olvidará.
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