Ahora mismo, mis hijas prefieren salir con algunos de estos chicos que sentarse en el sofá de mi biblioteca a disfrutar de una tarde maravillosa de lectura, como hago yo cada día. Ellas prefieren ir al parque con sus amigos y leer, al aire libre, junto a una Coca-Cola y un paquete de pipas, y debatir a su manera sobre las historias del libro que el moscón de turno acaba de arrancar de mi biblioteca.
Espero que alguno de ellos nunca llegue a ser el padre de mis nietos. Porque sí, esa es una de mis mayores ilusiones: ser abuelo. Quiero tener un nieto o una nieta al que pueda sumergir en mi pequeño mundo de las letras para inculcarle el placer de leer. Quiero que aprenda leyendo, conmigo, que me haga preguntas, que leamos juntos fábulas al lado de una ventana después de comer y, sobre todo, quiero sentirme orgulloso cuando termine de leer su primer libro.
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