Las niñas han heredado de mí el gusto por el pasado. Ellas conservan sus recuerdos escrupulosamente. Ana, por ejemplo, tiene en su escritorio las cartas de amor. Son un rastro de breves historias que la van a convertir en una eterna monógama sucesiva. En cambio, Inés guarda en el gran álbum de fotos sus aventuras, sus amores e infidelidades.
En esta casa todos sabemos dónde almacenamos nuestras pasiones, pero los yernos… ellos prefieren echar mano de mi biblioteca.
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