Era una soleada mañana de agosto, los pájaros cantaban, los hojas de los árboles se movían, y ella disfrutaba del buen día que hacía.
Cuando de repente lo vio pasar. Era él, el hombre de sus sueños, era alto, trabajador, cariñoso, el llamado príncipe azul.
Sus esperanzas, al verlo solo y sin ninguna otra chica a su alrededor fueron fuertes, muy fuerte. Tan fuertes que decidió ir a hablar con él para expresarle sus sentimientos. Cuando se quiso dar cuenta, ya él se había marchado. En un sentimiento repentino de furia, ella lo buscó sin parar, día tras día, me tras mes, hasta que se rindió. Víctima del desamor creado por la ignorancia, huyó al bosque, sola, ya que creía que allí conseguiría olvidarlo. Pero no fue así, lo vio una última vez, y con ello descubrió que todo había sido fruto de las ansias de amor que ella tenía.
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