Era domingo por la mañana temprano, me desperté de mala gana y resacada por la fiesta de la noche anterior. Había sido el cumpleaños de mi compañera de piso, o sea que, hoy la libraba de limpiar todo el desastre. Al levantarme salí del piso para recoger el correo en el portal. Baje lentamente, pero accidentalmente me resbalé, y caí por las escaleras. Durante unos segundos, en los que no sabía si llorar o reír sin parar, permanecí con los ojos cerrados. Al abrirlos un extraño joven estaba ante mí. Estaba muerta de vergüenza, sin embargo, me sumí en un largo ataque de risa.
Me detuve durante unos minutos a observarlo, tendría mi edad y me miraba de forma perturbadora. Me resultaba familiar, no obstante, no recordaba haberlo visto por el edificio. Era un tanto extraño, es decir, su aspecto y su todo eran raros y siniestros. Daba miedo. ¿Quién sería? Al preguntarme eso se encendió una bombilla en mi cabeza, era aquel tipo del quinto que no salía nunca y no hablaba con nadie. No le dije nada, no sabía si darle la mano o simplemente sonreír. Tras un corto e incomodo apretón de manos bajé el primer escalón, y de su boca salieron unas palabras impactantes, que me dejaron estupefacta. ¿Cuándo repetimos lo de anoche?
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