Del agujero entre las ruinas, surgió el sonido del estruendo de piedra contra piedra, un crujido, y luego, unas manos emergidas de las tinieblas, aferrándose a los mellados bordes del escaso muro. Después de las manos, aparecieron poco a poco: una cabeza de largos cabellos y de un blanco espectral, que habían sido regados con polvo de arcilla roja; una cara angulosa, pálida, demacrada y fría como el mármol; y la empuñadura de una espada, hermosa en su simetría; sobresalía detrás de los amplios y fornidos hombros.
Y la multitud, extrañada, excitada y horrorizada; empezó a murmurar…
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