Era media tarde, todavía estaba el sol en todo su esplendor y por eso elegí el banco que estaba al fondo del parque, a la sombra de un gran árbol. Llevaba ya un rato sentada cuando las campanadas del reloj de la iglesia me sobresaltaron. Uno, dos, tres, cuatro, cinco – todavía me queda media hora. Habíamos quedado a las cinco y media, yo quise ir antes para intentar relajarme porque me había pasado todo el día dándole vueltas a la cabeza y la noche anterior a penas había podido pegar ojo.
No estoy dispuesta a seguir tragando, ya le he dado varias oportunidades y siempre sigue haciendo lo mismo. Le voy a dar un ultimátum, sus amigos o yo. En los tres años y medio que llevamos saliendo siempre ha antepuesto sus amigos a mí y no es que yo sea una acaparadora, pero si ha quedado conmigo, que no se invente escusas para irse con ellos porque una vez está bien, dos, tres, pero son muchas ya y no aguanto más,
Estaba distraída cuando oí unas risas a lo lejos que era inconfundibles. Era Ismael con dos de sus amigos. Como siempre, yo preocupada pasándolo mal y a él da la impresión que todo le resbala, que no me toma en serio. Me estoy dando cuenta que en el fondo es un inmaduro. No merece la pena alargar más esta relación basada en lo bueno que has vivido.
Levanté la cabeza para ver por dónde venía y lo veo doblar la esquina. Una vez más me había dejado, pero ya se acabo y sin explicaciones porque no se las merece.
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