Y de repente me sentí lo suficientemente preparada como para entrar en aquella habitación, ahora sola.
A pesar del desorden y del paso de los días yo no perdía la esperanza.
Sabía que allí olía a mar, que podría encontrar los últimos recuerdos vividos a su lado.
Me sorprendí al verme reflejada en aquel espejo en el que tantas veces él
se miraba y se hacía mil peinados.
Impresionante: Todavía podía oler a él tanto como echarle de menos, de sentir como una brisa de mar que me recordaba su nombre, cerrar los ojos y oír las olas del mar y recordar cuando corríamos por la arena de pequeños. Desde aquel día no he sido capaz de volver a entrar sin llorar por su ausencia.
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