Despreciables criaturas habitaban sus entrañas, se alimentaban del odio, la envidia y la oscuridad. Ellos también querían ser como esos seres luminosos, poder recorrer territorios inexplorados, poder respirar. Dejar atrás sus estúpidas branquias y sus malditas aletas.
Ellos querían sentir algo más allá de la envidia y del odio. Querían sentir amor, el calor de otros, fraternidad, vida. Anhelaban todo... todo lo que nunca habían tenido.
Pero en el mar hacía frío, allí se te calaban los huesos, y también, el corazón.
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