Llaman a la puerta
Llego a mi casa, noto que olvidé las llaves y entonces toco el timbre. Mamá responde por el teléfono y le digo que soy yo y me pregunta que quién es yo y yo le digo que soy yo, Mónica. Ella cuelga el teléfono y al parecer sale, pero la que abre la ventanilla de la puerta es una chica igualita a mí. ¿¡Qué!?—Pienso—, ahora viene esa historia de que yo no soy yo porque soy la clon de mí misma y toda esa retahíla de las películas de ciencia ficción. Mira —le digo a la chica—, ya mismo te vas a la calle si no quieres que te haga cosas que ni tú en tu vida te las podrías imaginar. La chica se queda pensando y dice algo supuestamente inteligente para tratar de confundirme (al fin y al cabo es igualita a mí), pero lo que dice son puras tonterías de niña recién salida de la escuela. Y hasta ese momento me doy cuenta de que la chica soy yo pero hace cinco años, y que para la situación extraña, estoy comportándome serena (es decir, el otro yo, la chica que escribe). Me despido y le deseo buena suerte, porque si me quedo es posible que no esté preparado para verme y perdonarme lo que fui.
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