Hace dos meses tuve una hija, Victoria, pero nació con algo de antelación y tuvieron que meterla en la incubadora antes de que pudiera mirarla a los ojos, pero hoy, por fin, después de esos interminables dos meses podré ir a buscarla y traerla conmigo a casa.
El hospital está en silencio, las enfermeras van de un lado para otro y yo solo quiero ver a mi hija. Pregunto en el mostrador y me dicen que espere, que aún el médico le tiene que dar el alta.
Casi han pasado tres horas, me llaman y entro a una sala donde firmo unos papeles y me cuentan que tengo que seguir visitando el hospital, más de lo que yo pensaba, pero no importa haría lo que fuera por esa pequeña cosita que tuve en mi vientre casi nueve meses.
Por fin me permiten ver a mi hija, observo a la enfermera que la trae en brazos, y cuando la tengo en los míos y veo esos ojos verdes que me miran fijamente comprendo que es la primera vez que veo sus ojos y que su vida, nuestra vida, la vida que pasaremos juntas es una mirada.
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