Una tarde cualquiera, de una semana, mes y año cualquiera me encontraba yo, una persona cualquiera en medio de una multitud cualquiera con mi bicicleta, aterrado por la por el ir y devenir de la multitud de personas que pasaban a mi lado, por la inmensidad de los rascacielos, de los cuales salían enormes destellos de luz, publicitando el último perfume de Dolce & Gabbana, el último modelo de la Play o la nueva colección de ropa dela que pude deducir que era la diseñadora de moda. Pero sin duda, lo que más me asustaba de todo aquello, era la indiferencia con la que la gente que iba y venía se trataba. Pude apreciar como dos muchachas se cruzaban en sus caminos y se chocaban entre sí, y como las dos siguieron sus caminos, sin una disculpa, sin una sonrisa en forma de perdón, sin una solo pisca de empatía por el otro, como si no fuera culpa de ellas, o lo que es peor, como si fuese algo normal. Esto provocó que me turbara aún más y me parara a reflexionar sobre la acción que había contemplado. Me monte en mi bici y me puse un gorro de en un vano intento de llamar la atención entre aquella multitud, pero claro, pensé, si dos chicas no se habían parado para disculparse ante una colisión ¿Quién se iba a parar a fijarse en mí?
Esa noche no pude conciliar el sueño, giré una y mil veces en mi cama dándole vueltas a todo lo que me había ocurrido esa tarde, no dejaba de hacerme preguntas, ¿Por qué esa indiferencia? ¿Por qué andaban de forma automatizada? ¿Por qué no reflejaban sentimientos en sus caras? Muchas preguntas y pocas respuestas, pero una cosa si tenía claro, nacer en un pueblo es lo mejor que me podría haber pasado.
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