Lectores y escritores

En este apartado el protagonista es el lector y sus creaciones, EL LECTOR ESCRITOR, en su sentido más amplio; es decir, no sólo el lector de mis libros sino todo aquel que quiera enriquecer este rincón literario con sus textos. Envíalos a la dirección:

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En el "asunto" de tu correo escribe el título de tu composición, tu nombre y, si lo deseas, tu lugar de residencia. Ejemplo:





La luz en la niebla. Pedro Márquez. Gran Canaria.



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¡BIENVENIDOS!

Ana Hernández Rodríguez. No estaba muerto

Seis de la mañana. Lunes. Todos en casa dormían excepto yo: me había desvelado. No sabía a qué técnica recurrir para volver a conciliar el sueño, pues todavía quedaba una hora para que la alarma de mi despertador sonara. El abuelo me había contado que cuando a él de pequeño le pasaba esto, cerraba los ojos y se imaginaba en un lugar tranquilo, así que lo probé: me visioné en una playa en la que solo me encontraba  yo. Escuchaba el ir y venir de las olas y el sonido que estas provocaban al romperse en la orilla. La técnica no funcionaba... es más: mi vejiga me pedía a gritos que fuera inmediatamente al baño. Me decidí a esperar un poco, pues desde que era niña si me levantaba de la cama luego me sería muy difícil volver a dormirme.
No pude, así que fui al baño y al terminar volví a la habitación. El tiempo se había pasado rápidamente: sólo faltaban dos minutos para que mi despertador anunciara que ya era hora de comenzar mi rutina mañanera, así que lo apagué y me levanté. Desayuné, me vestí y fui al instituto  como un día cualquiera. Me parecía que el tiempo no pasaba. Las horas parecían hacerse eternas.
Al cabo de unas cuantas horas tocó el timbre y era hora de volver a casa. Por el camino pensaba en qué habría de comer en casa. "Ojalá sea un buen plato de macarrones", me dije.
Llegué a casa y todo era muy extraño: no olía a comida y mamá no me esperaba con su preciosa sonrisa para preguntarme su rutinario "¿Qué tal en el cole?", a lo que yo, cómo de costumbre le respondería mi seco pero suficiente "bien". Esta vez mamá se secaba las lágrimas e intentaba sonreír, pero no le salía. Le pregunté qué ocurría, a lo que me contestó:
-Siéntate cariño. Tengo una mala noticia
-No me asustes - le dije
-Es el abuelo. Como ya sabes lleva mucho tiempo ingresado y...
-¡No! ¡Dime que no! ¡No ha muerto!- grité
-Lo siento... y me abrazó.
He de admitir que fue el peor lunes de mi vida. Al cabo de unos días fue el entierro. Mirábamos a la tumba con las mínimas esperanzas de que todo aquello fuera una broma, pero no era así...
-Tranquila mamá. El abuelo no está muerto. Siempre estará e nuestro corazón.
Mamá sonrió y me abrazó.

LEYENDA:
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